Mi reflexión y mis pensamientos sobre el aniversario de la liberación de Auschwitz
Traducido por Adriana Cuevas
Texto original en alemán de Adriana Cuevas
Un viaje para conmemorar a los prisioneros del campo de concentración en Auschwitz no solo me hizo pensar en ese momento en la realidad que enfrentaron los prisioneros y los guardias paramilitares llamados Schutzstaffel “SS”, sino que también me pregunté cómo estaba viviendo mi familia en Venezuela en ese instante y si también sufrían bajo el régimen de aquella Alemania Nazi. Mi texto comienza con mi experiencia en el campo de concentración en Auschwitz y concluye con el camino que mi familia transitaba en Venezuela en aquel mismo lapso de tiempo. El pasar los días en el museo conmemorativo (Gedenkstätte), caminando en el frío durante horas, sintiéndome exhausta, que moriría de frío o me enfermaría debido a las bajas temperaturas… a veces pensaba que no lo lograría y que el cansancio me ganaría.
Y sin embargo no cesaba de reflexionar sobre las vivencias de los prisioneros: “Yo estoy donde tú estabas y veo cómo tú vivías, pero al mismo tiempo no estoy allí para percibir cómo realmente te sentías”
La historia está conectada con un momento y un lugar específico, con ciertas personas y situaciones. Aún si nosotros estuviésemos en el mismo lugar, no podríamos sumergirnos plenamente en la historia de ese mismo lugar. Me pregunto si es posible hacerse una idea de cómo sería la vida en un campo de concentración. ¿Somos irrespetuosos al intentar imaginar cómo se sentían los prisioneros allí? ¿Tiene sentido pensar en cómo se sentían los líderes del campo de concentración? ¿Eran ellos acaso conscientes de lo que estaban haciendo?
No soy alemana, pero he vivido en Alemania durante algunos años y me gustaría comprender cómo se sienten los alemanes cuando se trata del tema del “Holocausto”. Pero no puedo, porque mi origen es completamente diferente. No he vivido en carne propia ni su historia ni su proceso de reflexión respecto a este tema, de romper el silencio y de discutir el papel que jugaron sus ancestros y familiares en la Alemania Nazi. Estoy aquí, en el museo conmemorativo, aprendiendo sobre la historia de los prisioneros en Auschwitz y la población alemana, es decir, su historia. El comportamiento, el enfoque, el pensamiento, las tradiciones y la cultura de un pueblo solo se pueden comprender y experimentar cuando se pasa tiempo con la gente nativa de ese lugar, así es posible ponerse en sus zapatos y se logra entender los sentimientos de ellos y ellas. La historia marca a las generaciones y las generaciones transmiten diversas actitudes y conductas sobre ciertos temas.
Mis pensamientos giran en torno a sí puedo escribir un texto sobre Auschwitz con mi historia de vida y mi trayectoria como inmigrante en Alemania porque nunca escuché sobre Auschwitz en la escuela. Incluso mis antepasados en Venezuela nunca supieron lo que sucedía en Alemania a una distancia de aproximadamente 8544 kilómetros. Para mí, para nosotros, había otras prioridades en la infancia y en la escuela. Solo en una materia llamada “Historia Universal”, aprendí un poco sobre la historia de Europa. Tal vez tanto como ustedes, lectores de Europa, aprendieron sobre el colonialismo y nuestra historia de independencia en la escuela. Pero déjenme contarles cómo era la vida de mi familia en Venezuela durante la Primera y Segunda Guerra Mundial.
Cien años después de la independencia de Venezuela y tres años antes de la Primera Guerra Mundial (1911), nació mi abuelo en el pequeño pueblo de Toroy, a 25 kilómetros de Barquisimeto. Creció en una Venezuela con una tasa de analfabetismo de alrededor 90 por ciento, con grandes deficiencias en los sistemas económico, de salud y educativo, pero con un sistema de seguridad funcional. En ese momento, Juan Vicente Gómez era el presidente de Venezuela, quien lideró un gobierno dictatorial hasta el año 1935.
Cuando mi abuelo tenía siete años en el año 1918 apenas había culminado la Primera Guerra Mundial. Él provenía de una familia de pequeños agricultores con ocho hijos e hijas en total. Su padre, mi bisabuelo, sabía leer y escribir. Por el contrario, su madre, mi bisabuela, no sabía ni leer ni escribir. Mi abuelo pasó su niñez y juventud en el campo, trabajando en la granja. Cuando una plaga de langostas arrasó su pueblo Toroy y destruyó toda la cosecha de maíz y frijoles, mi abuelo era lo suficientemente fuerte y maduro para hacer otro tipo de trabajos. A veces iba a Barquisimeto como ayudante albañil. En su tiempo libre, jugaba cartas, bolos, trompo y metras o canicas con amigos y familiares.
En el año 1941, mis abuelos se conocieron en Toroy a través de unos amigos en común. Ese mismo año, los escuadrones SS utilizaron por primera vez el pesticida llamado “Zyklon B” para masacrar a personas en habitaciones cerradas. Este pesticida se vendía en latas en forma de pequeñas bolitas que se convertían en un gas tóxico a temperatura ambiente. Las llamadas pruebas de ejecución con gas resultaron “exitosas”, es decir, habían encontrado el método para exterminar a grandes grupos de personas consideradas “indeseables”. Ese mismo año unos 20.000 prisioneros y prisioneras de guerra fueron asesinados de esa forma en Auschwitz. En el año 1943, mi abuelo conoció a una pareja alemana que había emigrado a Toroy. Él trabajó para ellos como comerciante y también descubrió el comercio para sí mismo. En el año 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, la pareja alemana se mudó a la ciudad de Barquisimeto y mi abuelo se mudó con ellos. En el año 1950 después de tener cuatro hijos con mi abuela, abrió su propia bodega llamada “Casa Blanca”. Se independizó de la familia alemana y se convirtió en su propio jefe.
En el año 1995 se celebraron los 50 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz por el Ejército Rojo (ejército de la Unión Soviética). Además el sitio del Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau fue incluido en el registro de monumentos de la provincia de Bielsko. Ese año, la vigésima nieta de mi abuelo nació en Barquisimeto, cuando él tenía 84 años y ya tenía algunos bisnietos y bisnietas.
Mientras algunos experimentan lo peor y sufren, otros siguen viviendo relativamente despreocupados y quizás no se preguntan cómo es la vida en otros lugares. Con este texto quiero animar a la reflexión en el aquí y ahora sobre lo que podemos hacer para brindar solidaridad y apoyo a nuestros semejantes.
No podemos salvar el mundo pero sí podemos influir en el destino de otros para salvar al menos la vida de una persona o mejorarla un poco.
Aunque todos vivimos en el mismo mundo, de alguna manera vivimos por caminos separados.
Este escrito me llegó al corazón, he leído con mucho respeto está historia desde este país y ese gas aplicado a gente inocente se me parece al virus que hace poco se llevó a algunos amigos sin aviso.
Muy buen articulo. Es importante intentar informar que por la falta de comunicación e información muchas personas, en la primera y segunda guerra mundial, estando fuera de Europa, no estaban al tanto de muchos sucesos en Alemania. Gracias